María
Sánchez se llamaba mi bisabuela materna,
su nombre sencillo y su apellido criollo, pero sus nietos y bisnietos la
conocíamos como Mamamia. Fué una mujer de temple, se casó con el médico Luis
Vegas y crió a siete hijos, muchos de
ellos eminentes venezolanos, Luisa Amalia, Martin, Rafael y Armando. Los
recuerdos de mi bisabuela remontan a los cuatro años de edad, cuando mis padres, en uno
de sus largos viajes, me dejaron a cargo de mi abuela Mimi, que cuidaba a su mamá,
Mamamia, que ya estaba muy viejita, cercana a los 94 años. Era una casa grande
de varios pisos en la urbanización El Rosal, oscura y húmeda, llena de maderas
que de noche crujían. Mamamia entraba sigilosamente a mi cuarto cada noche a
contarme un cuento, eso recuerdo muy bien. Siempre he sido insomne y un buen
relato se encargaba de adormecerme. Recuerdo también que me asustaba la
muchacha de servicio porque tenía una larga cabellera que le llegaba casi a los
talones y yo no entendía él porque nunca se había cortado el pelo. Mi bisabuela
me trató de explicar que lo había hecho para pagar una promesa, difícil de
entender para una niña pequeña. Un día Mamamia no regreso a mi cuarto a relatarme el acostumbrado
cuento, y así pasaron varias noches. Yo, alarmada, le pregunté a mi abuela
acerca de la abrupta desaparición de la bisabuela. “Ella se fué a un largo
viaje” respondió , y yo me dediqué a esperar que regresara. Pasaron
meses y años, y aun la esperaba. Ya más grandecita, me enteré que Mamamia había
muerto de vieja, durante esa estadía tan memorable que tuve en casa de mi abuela
materna. Por eso sé que el recuerdo más antiguo y nítido de mi infancia emanó de
esta grata experiencia contando yo con cuatro años. Siempre recordaré a Mamamia
como la guardiana de mis primeros sueños y la cuenta cuentos más fabulosa de mis primeros años.