viernes, 28 de junio de 2013

Camp Wa-Klo


 

Mamá siempre insistía en que los idiomas hay que aprenderlos antes de los doce años, si se quieren dominar sin acento y sin esfuerzo. Así que tomó la decisión de enviarme a muy corta edad a un campamento de verano en New Hampshire con el nombre indígena de Wa-Klo, para que aprendiera el ingles.  Nos enviaron una larguísima lista de uniforme, peroles y perolitos para pasar el verano en un sitio muy rural.  Pantalones cortos verdes y franelas blancas, sweatshirts (abrigos), zapatos de goma, penny loafers y saddle shoes (mocasines y zapatos blancos y negros), cantimplora, linterna, traje de baño y una bata blanca soñada, papel de carta, y pare usted de contar. Mamá se pasaba días marcando estos artículos con mi nombre, para que no se perdieran en la tintorería del camp. Fue así, de apenas siete años de edad, que llegué a bordo de un avionsito pequeño a la Norteamérica rural, una experiencia inolvidable. El sitio era enorme, poblado de hermosos arboles, con un inmenso y helado lago de nombre indígena que no recuerdo, con casitas de madera muy sencillas que servían de dormitorios para las niñas, una más grande que era el comedor, y otra llamada The Pill Box, la enfermería. La rutina era sencilla. Todas las mañanas, sonaba una trompeta para despertarnos, vestirnos rápidamente y alzar la bandera, luego venía el surtido desayuno para iniciar las miles de actividades diarias, natación, velerismo, canoas, manualidades, arco y flecha, etc, que nos mantenían muy ocupadas hasta llegar molidas a nuestras camitas de madera. La tristeza generada por la separación de mi familia duró poco ya que las compañeras y guías eran muy cariñosas, y efectivamente en menos de lo que canta un gallo, ya estaba hablando ingles. Salíamos de excursión los fines de semana, toda una aventura con fogata y marshmallows incluidos. En esos tiempos muy poca gente enviaba a sus hijos a campamentos de verano y mucho menos en el exterior y solos. Sin embargo mamá, siempre adelantada a su época, se atrevió a hacerlo, y el resultado fué agregar con facilidad el idioma ingles a mi cv.  Mis hijos también disfrutaron de campamentos gringos y allí aprendieron bien el idioma, y creo que este ha sido una herramienta imprescindible para desenvolverse en la competitiva vida moderna.

martes, 25 de junio de 2013

Hamaca o Chinchorro

En el patio trasero de mi casa estaba permanentemente colgada una comoda hamaca blanca con hermosos flequillos, que me servía de columpio adormecedor en mis dias tranquilos y de locoratón cuando me sentia alborotada. Más de un coscorrón recuerdo de tremendas caidas de esa hamaca, sobre todo cuando la convertía en un juguete de alta velocidad. En mis viajes al interior del pais con mis padres, me confundian los terminos de hamaca y chinchorro, los cuales oia dependiendo de la zona que visitabamos, no entendia bien la diferencia ya que para mi eran solo sacos para reposar, dormir o jugar. Ya adulta, si me di cuenta de que estan hechas de tejidos distintos y que cada región del pais tiene su estilo particular. Los chinchorros son más del sur, de las regiones selvaticas ya que son frescos y poco tupidos. Las hamacas se encuentran en Zulia, Lara y Nueva Esparta, al menos las que yo conozco, de un entrelazado más grueso, de colores o blancas. Ahora en casa tengo para todos los gustos, una hermosa hamaca margariteña bordada exquisitamente en la sala, y otra hamaca larense de cuadros multicolores para todo uso, en el estar. Hace unos dias estuve en Margarita buscando el modelo margariteño para Paula mi hija que vive en Alemania y que sueña con tener ese pedasito de su patria en la tierra germana. Despues de recorrer casi toda la isla, encontré una casita de tejedoras, con hermosisimas hamacas, las más bellas unicolores y blancas. Por un lado me sorprendi de lo dificil que fué encontrar esta artesania tan tipica de la isla, pero por el otro lado, me encantó poder comprarla en un sitio tan autoctono en la humilde tienda de la margariteña Mireya que la habia tejido con sus afanosas manos, y no conseguirla en un centro comercial. Por último le pregunté que porque, siendo las hamacas blancas las más lindas, tenia solo pocas, la mayoria eran multicolores con "Isla de Margarita" bordado, muy turistico para mi gusto, y su respuesta fué actualizada a los tiempos en que vivimos: "es que no se consigue hilo blanco!" Asi que sali feliz con la bella hamaca bajo el brazo, la cual pronto cruzará el mar Atlantico y estará colgada de paredes alemanas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Mamamia


 

María Sánchez  se llamaba mi bisabuela materna, su nombre sencillo y su apellido criollo, pero sus nietos y bisnietos la conocíamos como Mamamia. Fué una mujer de temple, se casó con el médico Luis Vegas y  crió a siete hijos, muchos de ellos eminentes venezolanos, Luisa Amalia, Martin, Rafael y Armando. Los recuerdos de mi bisabuela remontan a los cuatro años de edad, cuando mis padres, en uno de sus largos viajes, me dejaron a cargo de mi abuela Mimi, que cuidaba a su mamá, Mamamia, que ya estaba muy viejita, cercana a los 94 años. Era una casa grande de varios pisos en la urbanización El Rosal, oscura y húmeda, llena de maderas que de noche crujían. Mamamia entraba sigilosamente a mi cuarto cada noche a contarme un cuento, eso recuerdo muy bien. Siempre he sido insomne y un buen relato se encargaba de adormecerme. Recuerdo también que me asustaba la muchacha de servicio porque tenía una larga cabellera que le llegaba casi a los talones y yo no entendía él porque nunca se había cortado el pelo. Mi bisabuela me trató de explicar que lo había hecho para pagar una promesa, difícil de entender para una niña pequeña. Un día Mamamia no regreso a mi cuarto a relatarme el acostumbrado cuento, y así pasaron varias noches. Yo, alarmada, le pregunté a mi abuela acerca de la abrupta desaparición de la bisabuela. “Ella se fué a un largo viaje” respondió , y yo me dediqué a esperar que regresara. Pasaron meses y años, y aun la esperaba. Ya más grandecita, me enteré que Mamamia había muerto de vieja, durante esa estadía tan memorable que tuve en casa de mi abuela materna. Por eso sé que el recuerdo más antiguo y nítido de mi infancia emanó de esta grata experiencia contando yo con cuatro años. Siempre recordaré a Mamamia como la guardiana de mis primeros sueños y la cuenta cuentos más fabulosa de mis primeros años.

domingo, 31 de marzo de 2013

Aquellas Pascuas


 

Tradicionalmente en Caracas el domingo de resurrección era celebrado por muchos con misa, seguido de un almuerzo en familia. Mis padres seguían más bien la tradición europea del conejo de pascua. Ese día era para los niños. La costumbre radicaba en buscar en el jardín, en cualquier rincón, bien sea detrás de una mata, debajo de una roca, sobre una baranda, entre las maderas de las sillas, y otros sitios donde mis padres se las ingeniaban en esconder, cientos de huevitos, gallinitas y conejos de chocolate. El premio mayor era el huevo gigante envuelto en papel de aluminio de colores vivos y coronado por un inmenso lazo. Encontrar este especial regalo era lo máximo ya que estaba relleno de cantidad de huevitos de diversos tamaños, es decir, te llevabas lo mejor del día. Recuerdo con emoción y sabiendo que esos tesoros estaban escondidos, salir corriendo junto a mis hermanos, al principio sin rumbo fijo, luego, ya trazándome un recorrido más organizado,  con las manos que se iban llenando de figuras multicolores  con olor a cacao. Luego contábamos, como en una competencia de quien tiene más,  el numero de huevos de pascua que cada uno había encontrado, para entonces proceder a comer y comer el rico chocolate, hasta salir con dolor de estomago, pero felices.

Con mis hijos seguí con esta tradición. Recuerdo que no era muy fácil conseguir huevos y conejos de pascua de chocolate en las panaderías de ese entonces. Por suerte había variedad en una confitería alemana llamada Frisco.  Allí tomaba una cesta de mimbre y la llenaba de bellezas para mis hijos. Ese domingo, guardaba a Sasha, nuestro golden retriever, que emocionado movía su hocico oliendo la dulzura que emanaba de mi cesta, y luego me paseaba por todo el jardín, al igual que habían hecho mis padres años antes, y escondía los huevitos por doquier. Los niños, al yo anunciarles que había llegado el conejo con sus regalos, salían contentos al mismo jardín que en mi niñez me había visto correr, y yo los observaba emocionada buscar los huevos de chocolate, recordando los bellos domingos de pascua de mi infancia.

lunes, 25 de marzo de 2013

Casa de Muñecas



Toda niña ha soñado alguna vez con tener una casa de muñecas. Es como jugar a ser un adulto pequeño, sin las responsabilidades. De pequeña tenía entre mis juguetes una hermosa casita, de varios pisos, cuartos, cocina, salones y baños donde estaban arreglados ordenadamente unos muebles miniaturas. Pero en realidad, lo que más ansiaba era una casa grande, donde yo pudiera entrar con mis muñecas y con mis amigas. Aun no sé por qué razón nunca la tuve. Aunque el espacio no era problema ya que mi casa tenía un jardín amplio lleno de arboles, creo que mis padres no me querían consentir demasiado. Una vez los escuché comentando que lo más probable que ese deseo muchas veces repetido, era un capricho mío, y que usaría la casita unos pocos meses,  luego la enviaría al olvido. Mi prima y mejor amiga de la infancia tenía la dicha de contar en el terreno de su casa, que para mí, era más bien un barranco, de una bella casa de madera blanca con dos habitaciones. Pasábamos allí horas jugando, entrando y saliendo de sueños infantiles.  A escasos metros sonaba un riachuelo que bajaba del cerro Avila, transmitiendo armonía y paz.  Primos malvados y mayores, cuando venían de visita, nos asustaban, a tal punto de nosotras soltar alaridos que espantaban al resto de la familia. Pero ese pánico era parte de la diversión.

Sigo creyendo que uno de los mejores juguetes de mi infancia fué esa casa de muñecas, que aunque ajena, se convirtió en mi diversión de muchos meses y años.  En eso mis padres no tuvieron la razón.  Es quizás por ello, que mis hijos si disfrutaron de una bella casita , con porche, dos pisos y un lindo techo de dos aguas.  Crecidos ellos, decidí demolerla, ya que se estaba pudriendo y ya no era casa para las muñecas sino guarida de animales de la noche, rabipelados, ratas y ratones.

martes, 12 de marzo de 2013

Mimi y las Mil y una Noches


 

Mi abuela materna se llamaba María Teresa, pero sus nietos la llamábamos Mimí, nombre que acuñó mi hermana mayor y que ni siquiera ella sabía de  donde había salido . Mi abuela siempre nos decía que  era muy “picaresco”.  Mis padres acostumbraban viajar constantemente al exterior motivados a compromisos laborales de papá, y Mimí se quedaba a cargo de mis hermanos y mi persona. Además de su bondad, entrega y cariño hacia nosotros, quizás lo que más recuerdo fueron sus cuentos. Cada noche se acercaba a mi cama a contarme relatos fantásticos que provenían de su imaginación, jamás se ayudó de un libro, ni de nada parecido. El cuento de Las Mil y una Noches fué el que más me gustó. Relataba mi abuela que en lejanas tierras árabes, existía un sultán muy poderoso, que cada noche pedía una nueva esposa y en la madrugada la mandaba a matar. Un día, le enviaron a la hija del visir, llamada Scherezade. Era una joven muy inteligente y no quería morir, así que ideó un plan. La primera noche con el sultán, empezó a relatarle un cuento maravilloso,  y al llegar el alba lo dejo inconcluso, prometiéndole a su marido finalizarlo la noche siguiente. Este cuento se fué alargando noche tras noche, hasta llegar a las mil y una noches. El sultán quedó tan fascinado ante la habilidad de Scherezade que decidió conmutarle  la pena viviendo feliz con ella para el resto de sus días. Entonces Mimí, me contaba noche tras noche un cuento inconcluso, hasta llegar a cientos de ellos, todos fantásticos, llenos de alfombras voladoras y de princesas rescatadas por hermosos y valerosos príncipes. Yo, como una esponjita absorbía estos relatos que provenían del imaginario de mi abuela, y mi mente se paseaba por los cielos estrellados del oriente.

domingo, 10 de marzo de 2013

35 verres de rhum

Ayer fui a ver con unas queridas primas una pelicula francesa llamada 35 copas de ron, en un espacio idilico llamado Los Galpones, donde proyectan todos los sábados peliculas al aire libre. La sensación es al principio extraña, acostumbrado uno al encierro de las salas de cine, con su aire acondicionado helado, las cotufas y el refresco. Este sitio es un oasis dentro de la alborotada ciudad. Colocamos nuestras sillas playeras cerca de la pantalla, que no era mas que la blanca pared de una de las salas de exposiciones, abrimos la cavita con pasapalos deliciosos, destapamos el buen vinito tinto, mientras esperabamos el inicio del film. Comenté con mis primas que esto era lo más cercano a sentirse en Central Park de Nueva York que había experimentado en Caracas. Relajada en mi silla Coleman, por ratos subía la vista al cielo despejado y aparecía una que otra estrella entre las ramas de una mata de mango llena de murcielagos, que a veces cruzaban la pantalla como una sombra negra voladora. La pelicula transmitió lo duro, triste y dificil de la vida de la banlieu o afueras de Paris, donde para llegar, los personajes tienen que tomar un tren acompañados de un paisaje gris, repetitivo,  las vias ferreas tragandose al ser humano. La pelicula contempla una bella relación entre un padre viudo y una hija adolescente que vive con él, pero  el ambiente que los rodea es monocromático, lúgubre, hasta fastidioso, sin mucho espacio para la diversión y la risa. Los personajes secundarios son figuras que reflejan la soledad de vivir allí. Vecinos, amigos, pero cada uno con su vida rutinaria, un ir y venir de sus aburridos trabajos y sin mucho porvenir. Cuando finalizó el film, me sentí muy afortunada de vivir en el trópico, y aunque Caracas tiene mil deficiencias y problemas, la influencia del sol, quizás, hace que la gente sea más feliz.

Aquellas Navidades


 


 Las navidades de mi niñez fueron un periodo mágico y emocionante. Se colocaba en casa un pino natural adornado de bambalinas que llenaba con su aroma a toda la sala. Lo que más anhelaba era la llegada paulatina de los regalos de las tías, tíos, primos y amigos que se iban colocando debajo del pino, uno encima del otro y cada uno con una tarjetica que decía, para y de. Los niños curucuteábamos cada envoltorio, con la intriga de saber su contenido abriendo huequitos estratégicos, para ver su interior. Recuerdo a mi hermana menor contemplar extasiada, por largos periodos de tiempo al árbol encendido con sus lucecitas multicolores titilantes. En  La noche del 24, acudíamos a misa de gallo en casa de mi abuela paterna, que tenía una capillita muy linda. A las doce de la noche se oía misa para después reunirse en familia a comer hallacas, ensalada de gallina y pan de jamón. Pero allí no abríamos los regalos. Teníamos que esperar llegar a casa para ello.  Indiscutiblemente lo más excitante de toda la navidad era la llegada de San Nicolás. Los niños debíamos acostarnos a dormir y madrugar el día 25, para ver debajo del árbol todos los juguetes que habíamos anhelado durante el año! Recuerdo especialmente un jeep militar a pedales con una estrella amarilla pintada en su capo, que no me esperaba, fué regalo sorpresa, pero como lo disfruté! Así mismo, ya casi de 10 años, recibí un osito con pilas que tomaba coca cola, y yo lo prendía una y otra vez, observando maravillada como el líquido marrón de la botella pasaba como por arte de magia a la boca del oso. No faltaron mis muñecas y jueguitos de té de porcelana china. Mis hijos también disfrutaron de un generoso San Nicolás y yo con ellos al verles sus caritas de asombro al encontrar sus regalos bajo el árbol. Ya vendrán los nietos a darme ese placer de nuevo.

El Violin Blanco


Mamá tocaba el piano y papá el violonchelo, claro, como amateurs, pero lo disfrutaban muchísimo. El sueno de papá era armar en familia un grupo de música de cámara, y a mi me toco el violín. Teniendo yo unos cinco años, recuerdo que papá se apareció un día con un diminuto violín blanco, acorde a mi tamaño, y me manifestó que pronto empezaría mis clases con este instrumento. Yo estaba fascinada con su belleza, era perfecto y además blanco! Después de ese anuncio llego a casa mi profesor de violín, el primer violinista de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, Elmer Glanz, inmigrante judío muy amigo de mis padres, que compartía con ellos el amor a la música clásica. Nos instalamos en la sala de casa y me enseñó en las primeras sesiones teoría y solfeo, para luego comenzar tímidamente, a tocar melodías sencillas. Fui avanzando así a partituras mas complicadas y me di cuenta rápidamente que era mas fácil para mi recordarlas cuando mi profesor las tocaba, y luego reproducirlas de memoria, que leer la complejidad del montón de distintas notas, negras, blancas, corcheas, etc, de estas partituras. Mis padres estaban encantados con mi progreso en tan difícil instrumento y en poco tiempo, y yo feliz de poder tocarlo, hasta vibrattos hacia con mis deditos regordetos! Un día se acercó papá a mí, con una cara seria pero con aire de diversión mezclado con orgullo, y me manifestó que el Profesor Glanz había renunciado, y porque sería? Yo era una niña casi que prodigio, que había hecho mal?. Resulta que Elmer Glanz se había dado cuenta en un descuido mío que yo tocaba de memoria, no leía la partitura, y por ende estaba sumamente ofendido con este descaro mío. Hasta ese día llegaron mis clases de violín, y el sueño de mis padres de tocar un cuarteto en familia, pero mi amor a la música y a su interpretación no pudo ser destruida, permaneció y creció, aunque lo más cerca que llegué a otro instrumento fué a la guitarra en mi adolescencia.

El Mango de Hilacha


Crecí en una casa solariega rodeada de matas de mango. Todos los años, en las cercanías del mes de mayo los arboles se cargaban de frutos verdes, que maduraban en solo un mes, convirtiéndose en deliciosos manguitos de hilacha de tonalidades entre al amarillo y el violeta. Al estar ya maduros empezaban a caer al suelo, que con suerte si era grama, se mantenían enteritos aptos para el consumo, y si era sobre concreto, pues, se espaturraban, y se convertían en un peligro para el que los pisara. Como siempre estuve rodeada de mangos, poco me intereso comerlos, pero si puedo narrar que se siente al comer un mango verde y uno maduro, muy distinta la cosa. La canción que dice : yo no como mango verde, yo no como mango verde porque me pica la boca", es tal cual. Se le puede echar un poco de sal al fruto verde pero así y todo la boca termina sintiéndose como infiltrada por biopolimeros, sensación que solo dura no mas de media hora. Pero el mango verde es perfecto para hacer jalea de mango, o dulce de mango en almíbar, unas delicias de la cocina criolla. Ahora bien, el manguito de hilacha madurito es otra historia. Se pela por un extremo, y se deja una mitad al descubierto, seguidamente se debe chupar la fruta amarilla y jugosa que aparece, pero con la particularidad de que además del jugo que te tragas se te meten entre los dientes sus hilachas. De esta experiencia sales con la boca y quijada totalmente manchadas de pulpa de mango y los dientes llenos de hilos amarillos. Por eso prefiero el jugo de mango, pero les cuento que hay muchísima gente que le fascina esta experiencia de chupar el manguito de hilacha y salir embadurnado. A Sasha, un golden retriever que nos acompaño en casa por casi 14 años, era uno de esos, aunque perro, que le encantaba comerse un mango maduro de los que caían en el jardín de la casa. En temporada, se sentaba plácidamente con su mango entre las patas delanteras, le quitaba la concha elegantemente con sus dientes, y se chupaba toda la pepa hasta dejarla lisita, luego procedía a comerse otro y otro mango, hasta llegar a unos seis o siete diarios. Yo pienso que el sabia que esta fruta era fuente importante de vitamina c y antioxidantes. Tanto le gustaba comerlas que cuando murió lo enterramos debajo de una de las matas de mango y allí duerme su eternidad, comiendo mango en el cielo perruno y siendo feliz.

Mis Morrocoyes


El primer morrocoy llego a la casa hace 25 años. Mi hija mayor lo llamo Oliveiro da Silva, no me pregunten porque, pero así se quedo. Ya era un hermoso morrocoy macho, la barriga hundida (cóncava) para así poder montar a la convexidad de la hembra, la naturaleza es muy sabia. Vivió feliz en un jardincito sin salidas, paseando de día y colocándose en los rincones a dormir de noche, a veces tan escondido que nadie lo encontraba. Llego un segundo morrocoy, regalado por una amiga que lo tenia en su bañera e imposible de mantener en apartamento, una crueldad, así que adopte al bebe morrocoy, plano en su abdomen, por lo que pensamos que se trataba de una hembra, Oliveiro era macho y tenia esa parte hundida. La nombramos Graciela. Era una morrocoya bien portada y pensamos que nos traería cría mas adelante, pero creció, y nada de cría, pero también le cambio el vientre, de plano a hundido, por lo tanto no era hembra sino macho, pero conservo su nombre femenino. En unos años mi hermana me regalo el tercero, todavía bebe, ya no sabíamos si era macho o hembra, al parecer, la concavidad del macho aparece luego de unos años, la hembra se queda plana. No le pusimos nombre y quedo "La Nueva". Esta crece y...se transforma en macho! En resumidas cuentas, quedamos con tres machos, cero cría. Oliveiro amaneció un día muerto, no se si por viejo, porque no sabíamos su edad al llegar a casa, lo que si es cierto es que los morrocoyes son muy longevos. Nos quedamos con Graciela y La Nueva, machos ambos y de personalidad muy diferente. Graciela es tranquila y apacible y es dominada por La Nueva que es terrible, ágil e inteligente. Le encanta entrar a la casa si se deja la puerta abierta y hace desastres, puede llegar hasta arrastrar muebles de la fuerza que tiene! Son animales muy nobles, comen verduras y frutas, hacen algo de ruido de noche cuando andan en sus travesuras, La Nueva monta a Graciela. Estos morrocoyes han acompañado a mis hijos en su crecimiento y allí siguen como parte del paisaje cotidiano.

Las Piñatas



Mamá siempre me celebraba mis cumpleaños. Ella era muy sociable y consideraba que no podía faltar una fiesta en tal día. Además la fecha era muy cercana a la navidad, y reinaba una alegría colectiva. Mis recuerdos más antiguos fueron las piñatas en el jardín de la casa. Los niños acudían en sus mejores galas, aguardando impacientemente la hora de tumbar la piñata. Antes de este evento tan importante, se realizaban todo tipo de juegos, ponle la cola al burro, la candelita, y otros que no recuerdo, y el ganador siempre recibía un buen premio que mostraba con orgullo. Venia luego el momento tan esperado, tumbar la piñata. Esta se guindaba a una rama de la mata de mango más fuerte, y allí en círculo, se colocaban los invitados, a verla subir y bajar, tarea que hacia un adulto sosteniendo un mecate que prensaba o dejaba libre. Con un pañuelo se tapaba los ojos al niño que le tocaba el turno de darle palo, se le daba tres vueltas para marearlo y desorientarlo y este procedía a golpear el aire hasta que en una de esas le daba a la piñata. Así, el palo pasaba de niño en niño, todos muy emocionados de lograr el objetivo de romper la piñata y cuando ya el papel, el cartón y la cartulina no resistían mas a los golpes malévolos infantiles, caían al suelo, caramelos, jugueticos de plástico inútiles, serpentinas y papelillos. Los niños se tiraban al piso cual gallinas cluecas a recoger sus tesoros, que luego se guardaban en bolsitas plásticas, repartidas para ello. Que cara de felicidad tenían unos, mientras que otros mostraban su tristeza por haber recogido poco. Hasta en las piñatas existe la desigualdad! Las niñas con sus amplios vestidos con armadores eran las más suertudas ya que los utilizaban para esconder los juguetes esparcidos en la grama. Los mesoneros repartían sanduchitos de diablitos, mini perros calientes, tequeños y refrescos, saciando el hambre, en espera de la torta y los dulces. Cerca del anochecer, me colocaba frente a una bella torta decorada con motivos navideños, acompañada de gelatina de colores y quesillo, y en unísono se cantaba el cumpleaños feliz. Ahhh, pero el mejor momento para mi aun estaba por llegar, la apertura de los regalos. En una forma sistemática iba colocando cada presente que recibía sobre mi cama, y cuando ya el último de los invitados se había marchado, yo procedía a abrir esas maravillas ocultas por papel de regalo. Nunca voy a olvidar el dale, dale, dale, que cantaban mis amiguitos cuando yo conseguía golpear a mi piñata y la magia de la cantidad de juguetes recibidos en un solo día!
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El Cuento de los Rabipelados


Un rabipelado es un mamífero muy parecido a una rata grande, pero con hocico puntiagudo, ojos brotados y una cola larga, le gusta salir de noche a buscar comida, frutas de los arboles, no es muy amistoso y se queda paralizado con la luz. En mi casa son visitantes diarios, de todos los tamaños, desde de días de nacido, embarazadas, adultos, en fin, toda una gama de animalejos. En temporada en que las matas de mango están cargaditas, no entran mucho, pero cuando no hay frutas disponibles, todas las noches entran uno o dos visitantes, se comen el alimento de mis gatos y hacen desastres en la cocina, mordiendo cambures y plátanos y dejando el reguero. Es casi imposible que no entren porque tengo huequitos estratégicos hacia el jardín para que circulen mis gatos. Hay miles de cuentos de estos rabipelados, pero en especial hay un episodio que me impresiono. Una noche, ya tarde, oigo en la sala un ruido sordo. Alarmada corro a ver que sucede y me encuentro a una rabipelada embarazada, enorme, que ha caído desde la segunda planta, posiblemente perdió el equilibrio debido a su peso, constato que se mueve, me alejo para que pueda escapar y me olvido del asunto. Tres días después, me extraña un olor a podrido, como a ratón muerto. Con mi olfato, cual perro cazador, rastreo este olor hasta el depósito y encuentro a unos ratoncitos muertos, pero no! Hay unos seis rabipeladitos recién nacidos, y más allá a la mama ya en descomposición. Me sentí muy triste con este hallazgo. La mama rabipelada herida por la caída se refugió en el depósito, allí pario y murió con su cría! Muy lamentable. Cada vez que me consigo a un bebe rabipelado lo ayudo a salir al jardín, los adultos se defienden solos. Ya forman parte de mi vida nocturna.

Refrescos, diabetes e indigenas



Uds dirán, qué relación existe entre esas tres palabras. Pues les cuento que en estos días conversando con una amiga antropólogo (a?) me relato que trabaja con etnias indígenas venezolanas, pasa semanas allí en convivencia y está muy alarmada por la aparición entre ellos de muchos casos de DIABETES MELLITUS (azúcar alta) y esto como consecuencia del exagerado consumo de REFRESCOS lo cual no era parte de su dieta habitual, y se sabe que son bebidas muy azucaradas .Los indígenas están, lo que ella describe, "criollisados" o sea, ya se visten, comen frituras, toman refrescos todo el día, en fin, todos los males de la civilización y conservan poco de su dieta original. Esto me causo mucha tristeza, la introducción en esta población de patologías temibles como la diabetes y prevenibles. Es alarmante el poderío de las empresas que producen refrescos que hacen tanto, pero tanto daño a la salud, empezando con la obesidad que luego lleva a otros males y que no solo han penetrado de forma exponencial en la población mundial sino en áreas mas remotas como son las etnias indígenas venezolanas. Que se podrá hacer para frenar esto?

Oreo


 

 

OREO. 4/12/11- 24/12/12. QEPD

 Mi adorado gatico faldero, que siempre estaba conmigo, me vas a hacer mucha falta, he llorado mucho tu partida. Solo eras aun un bebe. Esta madrugada lo arrollo un carro, su cuerpecito esta perfecto, bello y brillante su pelaje, fue fractura de cráneo, no sufrió al menos. Te voy a enterrar junto a Napo, que estuvo muchos años con nosotros y nos brindo mucha felicidad. Oreo era inseparable conmigo, pero de noche, como buen gato, animal nocturno salía a pasear y parece que agarraba calle. Cuando mi hijo lo encontró y me lo trajo de madrugada su cuerpecito estaba aun caliente, parecía vivo. Te voy a extrañar muchísimo mi galletica de chocolate con crema. Se me fue el día de la víspera de navidad. Estarás ya en el cielo de los gatos, un angelito más.

Los Goajiros


Después de un largo viaje en carro, llegue con mis padres a la Península de la Goajira, un lugar inhóspito, desértico y lleno de chivos. De lejos observaba pasar a un grupo de mujeres vestidas con largas batolas multicolores, el viento moviendo sus negras cabelleras, y como queriendo que no avanzaran, figuras fantasmales ante mis ojos infantiles. Nos alojamos en un caserío donde vivía el cacique Torito, viejo pero sabio. Cuenta papa que este tenía una veintena de esposas, de todas las edades, y vi llegar a alguna de ellas, sentadas en la parte trasera de un camión destartalado, en absoluto silencio, luego bajarse y desaparecer en la distancia. Las mujeres del grupo nos alojamos en una habitación grande y ventilada que compartimos con las indias, esposas del cacique. Las hamacas estaban colgadas una al lado de la otra sin privacidad alguna. Los goajiros, o wayuu, como también se les conoce, son el grupo de indios mas numeroso de Venezuela y Colombia. Existen desde antes de Cristo, eran conocidos por los conquistadores españoles, mas solo dominados después de la independencia de ambos países. Ellos hablan su propio idioma y solo pocos conocen el castellano.
Unos días después de regresar a Caracas, mamá me anunció que nos visitarían en casa un grupo de goajiros para mostrarnos su baile típico. Fué así como llegaron un grupo de mujeres y hombres, ellas con hermosas batolas coloridas y sandalias con pompones. Bailaron en círculo, la mujer persiguiendo al hombre con pasos cortos, este de frente, es decir, mirando a su pareja y bailando de espaldas. Ella trataba de tumbarlo metiéndole zancadillas y cuando lo lograba, entraba otro hombre al baile. Quizás algo simbólico? Yo miraba ensimismada este espectáculo, mientras los mesoneros ofrecían bebidas y tequeños a los invitados, algo muy surrealista. Los indios estaban encantados con la fiesta y yo con el honor de tener en casa a estos invitados tan especiales, a nuestros indígenas. Un cuento para relatar.

El Mijao Centenario


 

 Al salir de casa y sentir el sol en mi cara, alzo la mirada por segundos y aparece el majestuoso mijao del jardín, llenándome de una extraña energía mágica para asumir el día caraqueño que se aproxima. Mamá me contaba que este mijao tenía más de doscientos años, era parte del jardín de la hacienda que se llamaba La Florida, y se consideraba un árbol cafetero por su gran altura y así poder dar la sombra requerida para que el café pudiese crecer. Puede llegar hasta los 40 metros de altura y una vez al año pierde infinidad de hojas por lo que el jardín parece una alfombra multicolor mullida, y si recoges las hojas, a los pocos minutos las tienes de nuevo, así que es lo mas cercano al otoño que tenemos en el trópico. Fué el árbol mágico de mi infancia. Me imaginaba cuevas fantásticas cavadas en su enorme tallo, cuyos guardianes eran criaturas extrañas, y a las cuales solo mi hermano y yo podíamos acceder, para encontrarnos con los tesoros mas ansiados por los niños, miles de dulces y juguetes! Algo que siempre me llamó la atención, fué el relato de papá acerca de la costumbre que tenían en las haciendas criollas en la época de la colonia de esconder las morocotas enterrandolas en sus jardines debajo de los grandes árboles. Puede ser que este mijao majestuoso tenga, cerca de sus raíces, oro de esa época, quizás? Dejemos esto a la imaginación...

El Cuento de Pierre



 

Pierre es el único de mis 4 gatos que no ha perdido su collar con la placa que tiene su nombre grabado y mi numero de celular. También es el único gato que le da miedo entrar a la casa a comer porque lo corre Oreo el siamés. Los siameses son tremendamente territoriales y desde que llego a la casa se apodero de ella, se hizo intimo de Koi el labrador, y tolerante de Aasgard, gato blanco que no le para a nada ni a nadie, y de Nemi, gatica que ya lleva años en casa y es una reinita consentida pero cuaima cuando la fastidian. Paso días sin ver a Pierre y lo veo entrar temeroso a comer si es que Oreo no anda por allí. Hoy me llama un señor, vecino, que encontró a Pierre muerto de hambre, averiguando si me pertenece. Le conté toda la historia y me comento que lo empezó a alimentar con catchow, que se dejo tocar y por ello pudo leer la plaquita. Me entristecí por un lado porque me hace falta mi gatico, pero por otro me alegre de que aun existen personas buenas que ayudan a los gatos necesitados. Mientras tanto, espero que vuelva Pierre, aunque sea de visita.

Amores Perros


 

 Siempre he sido una amante de los gatos, " a cat person" , como dicen en ingles, pero por mi vida han pasado algunos perros con historias divertidas, asi que narrare algunas de ellas. El primer can que recuerdo se llamaba Sigfrido, papá creo que lo nombro así por la ópera de Wagner, ya el solo nombre era cómico, y se trataba de un agitado salchicha, que jugaba todo el día persiguiendo a mis hermanos y a mi, en un estado de excitación continuo, donde el pobre no entendía que era el descanso. Estuvo con nosotros un tiempo no definido hasta que un día mama decidió regalarlo porque ya su cariño se estaba convirtiendo en mordiscos, y fuertes, así que le tuvimos que decir adiós. El próximo perro fue un cocker spaniel, era un perro hermoso, de rubio y lustroso pelaje, pero de personalidad totalmente bipolar. Movía la cola de un lado a otro, que es signo de alegría en los perros, y al mismo tiempo gruñía ferozmente. No llegó nunca a morder, pero allí estaba la amenaza. Este animal está loco, decía mamá, así que busco en poco tiempo a una familia adoptiva. Yo le tenía pavor, así que me contente cuando se le encontró otro hogar. Llego luego Poupée una perra cacri ( callejera y criolla), con nombre francés (muñeca), mediana, que vivía en el jardín, muy juguetona, pero la regalamos ya que pasaríamos un tiempo fuera del país. Estos fueron los perros de mi infancia, duraron poco pero los disfruté muchísimo. Sasha llego a casa mucho después, estando yo casada y con mis hijos pequeños. Era un hermoso golden retriever, color miel, con pedigree de padres ganadores en obediencia y en belleza. Lo tuvimos desde cachorro hasta los dieciséis años. No podía estar solo, quería ser amado y amar. Adoraba a mis hijos, pero parece que el gen de la obediencia no lo heredó de sus padres, porque era muy revoltoso y desordenado, así que poco lo dejábamos entrar a la casa, solo al final de su vida, ya el muy viejito, pasaba las noches adentro. Le encantaba comer mangos, y lo enterramos debajo de una de sus matas de mango preferidas del jardín. Estando Sasha cachorro, adoptamos una poodle blanca, juguetona, que le encantaba correr detrás del grandulón Sasha, pero resulto muy alérgica de piel, el jardín le hacia daño, así que partió a otro hogar. Hace un año llego Koi de sorpresa, de contrabando, un precioso labrador chocolate, cuando ya yo no quería tener perros. Lo adoptó mi hijo y me he encariñado con este grandulón que me tiene la casa patas para arriba, y estoy volviendo a aprender lo que es vivir con el más fiel amigo del hombre y de la mujer (aunque sigo prefiriendo a los gatos!).

El Arbol de Mamon


 

 Todos los años, en época seca, lo que llamamos verano, el árbol de mamón de casa se cargaba de frutos verdes, que crecían en racimos, y luego iban cayendo al suelo, ya maduritos. Como la concha era algo frágil, al chocar con el piso se rompían con facilidad, por lo que era mejor subirse al techo para recoger estos deliciosos frutos. Recuerdo de niña como me encantaba chuparme un mamón. La fruta era redonda de unos 2 centímetros de diámetro, se abría primero la verde concha con los dientes, oyéndose un sonido muy distintivo, algo así como romper la cascara de una nuez. Aparecía una aterciopelada pulpa color salmón, muy dulce, que se derretía en la boca, quedando luego solo la pepa o semilla blancuzca, que con fuerza escupías, para así empezar con el próximo fruto. Había que tener en extremo cuidado de que su jugo no cayera en la ropa porque la manchaba de marrón y esto no se quitaba ni con jabón azul. Si soplaba una brisa o llovía, caían sobre el techo cientos de mamones, y aquel ruido parecía un bombardeo de meteoritos. Mucha gente comentaba acerca del sexo del árbol, que si era macho, que si era hembra, pero la verdad es que se trataba de un árbol hermafrodita, es decir, tenia flores femeninas y masculinas, y a veces de ambos sexos. Lo que me encanta es su nombre científico, Melicoccus bijugatus. Solo he visto y saboreado mamones en esta tierra, y por ello pienso que estamos bendecidos por poseer frutas tan maravillosas y extrañas al mismo tiempo. Irreproducibles, a mi entender.

Cubagua


 

Muy cerca de la isla de Margarita se encuentra Cubagua, una islita de pocos metros cuadrados de superficie, casi deshabitada. Es uno de los recuerdos más increíbles de mi infancia. Mis padres eran muy amigos del antropólogo catalán, J.M. Cruxent, y viajaban a menudo con el. En la excursión a Cubagua me incorporaron, contando yo con unos siete años. Montada en un barco de pesca, mareada con el olor nauseabundo de pescado podrido mezclado y el bamboleo constante de la embarcación, recuerdo mis ansias de tocar pronto tierra firme o insular. El mar picado nos obligó a pernoctar en la península de Araya, en una destartalada churuata, donde los adultos colgaron sus hamacas, para luego atracar al día siguiente en la pequeña isla. Al llegar, caminamos sobre la arena mojada ante un panorama desértico y desolador. No me gustaba la arena, me picaban los pies, así que un amigo de papá,, el científico Luis Carbonell, me cargó sobre su espalda, y así salgo en las fotos blanco y negro de nuestra entrada triunfal a Cubagua, al lado de papá y mamá, con el cabello alborotado por el viento y los ojos achinados para disminuir el resplandor del sol. Nos hospedamos en una choza construida por Cruxent cuando estaba realizando las excavaciones de la ciudad de Nueva Cádiz. A pocos metros observé maravillada la presencia de las ruinas de piedra de esta ciudad fundada en los 1500 y pico, primera ciudad de Venezuela, la cual duraría solo unos 40 años. Me parecía todo esto una historia de las mil y una noches. De como Colón descubrió la pequeña isla en su tercer viaje a Las Indias, de como la nombró Cubagua, que en poco tiempo se convirtió en una fuente importantísima de perlas para el Reino de Castilla, y de como, por la loca explotación de los ostrales, estos murieron, y murió la isla hasta el día de hoy. Me paseaba por las pocas piedras regularmente colocadas que quedaban de la antigua ciudad española y recreaba su interesante y triste pasado. En la choza donde nos alojamos, estaba guardado un esqueleto apodado Juancito, que se había encontrado durante las excavaciones. Miedo me daba de noche, pero lo visitaba varias veces al día, como para constatar su presencia. No quisiera regresar, mis recuerdos de esta aventura me bastan. Me cuentan que allí no vive nadie, quizás unos pocos pescadores pernoctan. Cubagua, isla rica por pocos años, explotada por sus bellas perlas, luego olvidada, y recuerdo de mi infancia

jueves, 28 de febrero de 2013

Mis vivencias, ideas y tips para compartir


Como nació esta idea?

Hace unos meses se me ocurrió en un rato de ocio escribir algunos relatos cortos sobre experiencias que habían dejado una huella en mi niñez. Estos eran escritos en forma espontanea y rápida, sin mayores correcciones, cómodamente desde mi ipad, luego con un clic, publicados en facebook para ser leídos por mis amigos internautas. Me causó gran sorpresa al leer los abundantes comentarios, muy positivos y alentadores sobre mi nueva faceta. Entonces pensé: porque estos relatos tan sencillos, tan íntimos, han tenido tanto éxito? Pues la respuesta para mi es sencilla. Estamos viviendo en un mundo complejo y convulsionado, repleto de información y noticias, casi todas negativas, que van lentamente desgastando y destruyendo el espíritu. Hay que estar constantemente nutriendo al alma con mensajes positivos, si, la vida es bella, vale la pena estar aquí, aunque sea para experimentar algunos momentos especiales y felices. Si lees los relatos redactados de otro ser humano que te transmiten lo bonito, lo agradable, lo divertido, o simplemente un tip útil, pues te va a gustar. No es tan difícil. Mis amigos en sus comentarios me alentaron a publicar estos escritos, algunos basados en experiencias reales, otros solo pensamientos, otros tips médicos, en fin, todo un potpurrí de información personalísima, pero que al compartirla, se hace universal. Es como entregar un pedacito de uno mismo al público, y como esto me sale del corazón, ha sido bien recibido. No quiero nada a cambio. Los seres humanos necesitamos la armonía y la paz, lo bonito, lo armónico, la sonrisa, lo ingenuo, lo útil. Ya la vida de por si es difícil y complicada y buscamos alivio en algún sitio, este puede ser la lectura. Así que amigos míos, bienvenidos a mi blog!