Toda niña ha
soñado alguna vez con tener una casa de muñecas. Es como jugar a ser un adulto
pequeño, sin las responsabilidades. De pequeña tenía entre mis juguetes una
hermosa casita, de varios pisos, cuartos, cocina, salones y baños donde estaban
arreglados ordenadamente unos muebles miniaturas. Pero en realidad, lo que más
ansiaba era una casa grande, donde yo pudiera entrar con mis muñecas y con mis
amigas. Aun no sé por qué razón nunca la tuve. Aunque el espacio no era
problema ya que mi casa tenía un jardín amplio lleno de arboles, creo que mis
padres no me querían consentir demasiado. Una vez los escuché comentando que lo
más probable que ese deseo muchas veces repetido, era un capricho mío, y que
usaría la casita unos pocos meses, luego
la enviaría al olvido. Mi prima y mejor amiga de la infancia tenía la dicha de
contar en el terreno de su casa, que para mí, era más bien un barranco, de una
bella casa de madera blanca con dos habitaciones. Pasábamos allí horas jugando,
entrando y saliendo de sueños infantiles. A escasos metros sonaba un riachuelo que
bajaba del cerro Avila, transmitiendo armonía y paz. Primos malvados y mayores, cuando venían de
visita, nos asustaban, a tal punto de nosotras soltar alaridos que espantaban
al resto de la familia. Pero ese pánico era parte de la diversión.
Sigo
creyendo que uno de los mejores juguetes de mi infancia fué esa casa de
muñecas, que aunque ajena, se convirtió en mi diversión de muchos meses y años.
En eso mis padres no tuvieron la razón. Es quizás por ello, que mis hijos si
disfrutaron de una bella casita , con porche, dos pisos y un lindo techo de dos
aguas. Crecidos ellos, decidí demolerla,
ya que se estaba pudriendo y ya no era casa para las muñecas sino guarida de
animales de la noche, rabipelados, ratas y ratones.
disfruté tu historia. Un abrazo
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