Tradicionalmente
en Caracas el domingo de resurrección era celebrado por muchos con misa,
seguido de un almuerzo en familia. Mis padres seguían más bien la tradición europea
del conejo de pascua. Ese día era para los niños. La costumbre radicaba en buscar
en el jardín, en cualquier rincón, bien sea detrás de una mata, debajo de una
roca, sobre una baranda, entre las maderas de las sillas, y otros sitios donde
mis padres se las ingeniaban en esconder, cientos de huevitos, gallinitas y
conejos de chocolate. El premio mayor era el huevo gigante envuelto en papel de
aluminio de colores vivos y coronado por un inmenso lazo. Encontrar este
especial regalo era lo máximo ya que estaba relleno de cantidad de huevitos de
diversos tamaños, es decir, te llevabas lo mejor del día. Recuerdo con emoción
y sabiendo que esos tesoros estaban escondidos, salir corriendo junto a mis
hermanos, al principio sin rumbo fijo, luego, ya trazándome un recorrido más
organizado, con las manos que se iban llenando
de figuras multicolores con olor a
cacao. Luego contábamos, como en una competencia de quien tiene más, el numero de huevos de pascua que cada uno
había encontrado, para entonces proceder a comer y comer el rico chocolate, hasta
salir con dolor de estomago, pero felices.
Con mis
hijos seguí con esta tradición. Recuerdo que no era muy fácil conseguir huevos
y conejos de pascua de chocolate en las panaderías de ese entonces. Por suerte
había variedad en una confitería alemana llamada Frisco. Allí tomaba una cesta de mimbre y la llenaba
de bellezas para mis hijos. Ese domingo, guardaba a Sasha, nuestro golden
retriever, que emocionado movía su hocico oliendo la dulzura que emanaba de mi
cesta, y luego me paseaba por todo el jardín, al igual que habían hecho mis
padres años antes, y escondía los huevitos por doquier. Los niños, al yo
anunciarles que había llegado el conejo con sus regalos, salían contentos al
mismo jardín que en mi niñez me había visto correr, y yo los observaba
emocionada buscar los huevos de chocolate, recordando los bellos domingos de
pascua de mi infancia.
Y es algo que pasara a los nietos, tenlo por seguro Ma! Lo maximo!
ResponderEliminarEso seguro! Muy bella experiencia que debe perdurar por generaciones!
ResponderEliminarEsos momentos eran muy especiales, gracias Ma por crearnos esos bellos recuerdos! :)
ResponderEliminarMis hijos lo vivieron en una pascua que pasamos en Suiza, en casa de Elvira y Klaus, los suegros de Bea, hicieron lo propio. Escondieron decenas de huevitos por todo su bello jardín, florido en primavera.
ResponderEliminarRecuerdo que cayó una llovizna y los abuelos felices perseguían con sus paraguas a los chicos para que pudieran seguir buscando tesoros sin mojarse.
Fue una tarde inolvidable para todos, ellos aún se relamen cuan la recuerdas. Y yo, cuando tuve que meter en la maleta kilos de chocolate suizo que casi no cabían!!