Al salir de casa y sentir el sol en mi cara,
alzo la mirada por segundos y aparece el majestuoso mijao del jardín, llenándome de una extraña energía mágica para asumir el día caraqueño que
se aproxima. Mamá me contaba que este mijao tenía más de doscientos años, era
parte del jardín de la hacienda que se llamaba La Florida, y se consideraba un árbol
cafetero por su gran altura y así poder dar la sombra requerida para que el café
pudiese crecer. Puede llegar hasta los 40 metros de altura y una vez al año
pierde infinidad de hojas por lo que el jardín parece una alfombra multicolor
mullida, y si recoges las hojas, a los pocos minutos las tienes de nuevo, así
que es lo mas cercano al otoño que tenemos en el trópico. Fué el árbol mágico
de mi infancia. Me imaginaba cuevas fantásticas cavadas en su enorme tallo,
cuyos guardianes eran criaturas extrañas, y a las cuales solo mi hermano y yo podíamos
acceder, para encontrarnos con los tesoros mas ansiados por los niños, miles de
dulces y juguetes! Algo que siempre me llamó la atención, fué el relato de
papá acerca de la costumbre que tenían en las haciendas criollas en la época de
la colonia de esconder las morocotas enterrandolas en sus jardines debajo de los
grandes árboles. Puede ser que este mijao majestuoso tenga, cerca de sus raíces,
oro de esa época, quizás? Dejemos esto a la imaginación...
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