domingo, 10 de marzo de 2013

Las Piñatas



Mamá siempre me celebraba mis cumpleaños. Ella era muy sociable y consideraba que no podía faltar una fiesta en tal día. Además la fecha era muy cercana a la navidad, y reinaba una alegría colectiva. Mis recuerdos más antiguos fueron las piñatas en el jardín de la casa. Los niños acudían en sus mejores galas, aguardando impacientemente la hora de tumbar la piñata. Antes de este evento tan importante, se realizaban todo tipo de juegos, ponle la cola al burro, la candelita, y otros que no recuerdo, y el ganador siempre recibía un buen premio que mostraba con orgullo. Venia luego el momento tan esperado, tumbar la piñata. Esta se guindaba a una rama de la mata de mango más fuerte, y allí en círculo, se colocaban los invitados, a verla subir y bajar, tarea que hacia un adulto sosteniendo un mecate que prensaba o dejaba libre. Con un pañuelo se tapaba los ojos al niño que le tocaba el turno de darle palo, se le daba tres vueltas para marearlo y desorientarlo y este procedía a golpear el aire hasta que en una de esas le daba a la piñata. Así, el palo pasaba de niño en niño, todos muy emocionados de lograr el objetivo de romper la piñata y cuando ya el papel, el cartón y la cartulina no resistían mas a los golpes malévolos infantiles, caían al suelo, caramelos, jugueticos de plástico inútiles, serpentinas y papelillos. Los niños se tiraban al piso cual gallinas cluecas a recoger sus tesoros, que luego se guardaban en bolsitas plásticas, repartidas para ello. Que cara de felicidad tenían unos, mientras que otros mostraban su tristeza por haber recogido poco. Hasta en las piñatas existe la desigualdad! Las niñas con sus amplios vestidos con armadores eran las más suertudas ya que los utilizaban para esconder los juguetes esparcidos en la grama. Los mesoneros repartían sanduchitos de diablitos, mini perros calientes, tequeños y refrescos, saciando el hambre, en espera de la torta y los dulces. Cerca del anochecer, me colocaba frente a una bella torta decorada con motivos navideños, acompañada de gelatina de colores y quesillo, y en unísono se cantaba el cumpleaños feliz. Ahhh, pero el mejor momento para mi aun estaba por llegar, la apertura de los regalos. En una forma sistemática iba colocando cada presente que recibía sobre mi cama, y cuando ya el último de los invitados se había marchado, yo procedía a abrir esas maravillas ocultas por papel de regalo. Nunca voy a olvidar el dale, dale, dale, que cantaban mis amiguitos cuando yo conseguía golpear a mi piñata y la magia de la cantidad de juguetes recibidos en un solo día!
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