domingo, 10 de marzo de 2013
El Violin Blanco
Mamá tocaba el piano y papá el violonchelo, claro, como amateurs, pero lo disfrutaban muchísimo. El sueno de papá era armar en familia un grupo de música de cámara, y a mi me toco el violín. Teniendo yo unos cinco años, recuerdo que papá se apareció un día con un diminuto violín blanco, acorde a mi tamaño, y me manifestó que pronto empezaría mis clases con este instrumento. Yo estaba fascinada con su belleza, era perfecto y además blanco! Después de ese anuncio llego a casa mi profesor de violín, el primer violinista de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, Elmer Glanz, inmigrante judío muy amigo de mis padres, que compartía con ellos el amor a la música clásica. Nos instalamos en la sala de casa y me enseñó en las primeras sesiones teoría y solfeo, para luego comenzar tímidamente, a tocar melodías sencillas. Fui avanzando así a partituras mas complicadas y me di cuenta rápidamente que era mas fácil para mi recordarlas cuando mi profesor las tocaba, y luego reproducirlas de memoria, que leer la complejidad del montón de distintas notas, negras, blancas, corcheas, etc, de estas partituras. Mis padres estaban encantados con mi progreso en tan difícil instrumento y en poco tiempo, y yo feliz de poder tocarlo, hasta vibrattos hacia con mis deditos regordetos! Un día se acercó papá a mí, con una cara seria pero con aire de diversión mezclado con orgullo, y me manifestó que el Profesor Glanz había renunciado, y porque sería? Yo era una niña casi que prodigio, que había hecho mal?. Resulta que Elmer Glanz se había dado cuenta en un descuido mío que yo tocaba de memoria, no leía la partitura, y por ende estaba sumamente ofendido con este descaro mío. Hasta ese día llegaron mis clases de violín, y el sueño de mis padres de tocar un cuarteto en familia, pero mi amor a la música y a su interpretación no pudo ser destruida, permaneció y creció, aunque lo más cerca que llegué a otro instrumento fué a la guitarra en mi adolescencia.
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