domingo, 10 de marzo de 2013
El Mango de Hilacha
Crecí en una casa solariega rodeada de matas de mango. Todos los años, en las cercanías del mes de mayo los arboles se cargaban de frutos verdes, que maduraban en solo un mes, convirtiéndose en deliciosos manguitos de hilacha de tonalidades entre al amarillo y el violeta. Al estar ya maduros empezaban a caer al suelo, que con suerte si era grama, se mantenían enteritos aptos para el consumo, y si era sobre concreto, pues, se espaturraban, y se convertían en un peligro para el que los pisara. Como siempre estuve rodeada de mangos, poco me intereso comerlos, pero si puedo narrar que se siente al comer un mango verde y uno maduro, muy distinta la cosa. La canción que dice : yo no como mango verde, yo no como mango verde porque me pica la boca", es tal cual. Se le puede echar un poco de sal al fruto verde pero así y todo la boca termina sintiéndose como infiltrada por biopolimeros, sensación que solo dura no mas de media hora. Pero el mango verde es perfecto para hacer jalea de mango, o dulce de mango en almíbar, unas delicias de la cocina criolla. Ahora bien, el manguito de hilacha madurito es otra historia. Se pela por un extremo, y se deja una mitad al descubierto, seguidamente se debe chupar la fruta amarilla y jugosa que aparece, pero con la particularidad de que además del jugo que te tragas se te meten entre los dientes sus hilachas. De esta experiencia sales con la boca y quijada totalmente manchadas de pulpa de mango y los dientes llenos de hilos amarillos. Por eso prefiero el jugo de mango, pero les cuento que hay muchísima gente que le fascina esta experiencia de chupar el manguito de hilacha y salir embadurnado. A Sasha, un golden retriever que nos acompaño en casa por casi 14 años, era uno de esos, aunque perro, que le encantaba comerse un mango maduro de los que caían en el jardín de la casa. En temporada, se sentaba plácidamente con su mango entre las patas delanteras, le quitaba la concha elegantemente con sus dientes, y se chupaba toda la pepa hasta dejarla lisita, luego procedía a comerse otro y otro mango, hasta llegar a unos seis o siete diarios. Yo pienso que el sabia que esta fruta era fuente importante de vitamina c y antioxidantes. Tanto le gustaba comerlas que cuando murió lo enterramos debajo de una de las matas de mango y allí duerme su eternidad, comiendo mango en el cielo perruno y siendo feliz.
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Hoy estoy añorando cuando comía mangos de hilacha-difíciles de conseguir en Caracas por cierto. Buscando la descripción de este tipo de mango mientras le relato a mi marido la maravillosa experiencia que es comer un mango de hilacha, me encontré con tu artículo.¡Muchas gracias por tan lindo relato, Noelle!
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