domingo, 10 de marzo de 2013

Cubagua


 

Muy cerca de la isla de Margarita se encuentra Cubagua, una islita de pocos metros cuadrados de superficie, casi deshabitada. Es uno de los recuerdos más increíbles de mi infancia. Mis padres eran muy amigos del antropólogo catalán, J.M. Cruxent, y viajaban a menudo con el. En la excursión a Cubagua me incorporaron, contando yo con unos siete años. Montada en un barco de pesca, mareada con el olor nauseabundo de pescado podrido mezclado y el bamboleo constante de la embarcación, recuerdo mis ansias de tocar pronto tierra firme o insular. El mar picado nos obligó a pernoctar en la península de Araya, en una destartalada churuata, donde los adultos colgaron sus hamacas, para luego atracar al día siguiente en la pequeña isla. Al llegar, caminamos sobre la arena mojada ante un panorama desértico y desolador. No me gustaba la arena, me picaban los pies, así que un amigo de papá,, el científico Luis Carbonell, me cargó sobre su espalda, y así salgo en las fotos blanco y negro de nuestra entrada triunfal a Cubagua, al lado de papá y mamá, con el cabello alborotado por el viento y los ojos achinados para disminuir el resplandor del sol. Nos hospedamos en una choza construida por Cruxent cuando estaba realizando las excavaciones de la ciudad de Nueva Cádiz. A pocos metros observé maravillada la presencia de las ruinas de piedra de esta ciudad fundada en los 1500 y pico, primera ciudad de Venezuela, la cual duraría solo unos 40 años. Me parecía todo esto una historia de las mil y una noches. De como Colón descubrió la pequeña isla en su tercer viaje a Las Indias, de como la nombró Cubagua, que en poco tiempo se convirtió en una fuente importantísima de perlas para el Reino de Castilla, y de como, por la loca explotación de los ostrales, estos murieron, y murió la isla hasta el día de hoy. Me paseaba por las pocas piedras regularmente colocadas que quedaban de la antigua ciudad española y recreaba su interesante y triste pasado. En la choza donde nos alojamos, estaba guardado un esqueleto apodado Juancito, que se había encontrado durante las excavaciones. Miedo me daba de noche, pero lo visitaba varias veces al día, como para constatar su presencia. No quisiera regresar, mis recuerdos de esta aventura me bastan. Me cuentan que allí no vive nadie, quizás unos pocos pescadores pernoctan. Cubagua, isla rica por pocos años, explotada por sus bellas perlas, luego olvidada, y recuerdo de mi infancia

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