domingo, 10 de marzo de 2013

35 verres de rhum

Ayer fui a ver con unas queridas primas una pelicula francesa llamada 35 copas de ron, en un espacio idilico llamado Los Galpones, donde proyectan todos los sábados peliculas al aire libre. La sensación es al principio extraña, acostumbrado uno al encierro de las salas de cine, con su aire acondicionado helado, las cotufas y el refresco. Este sitio es un oasis dentro de la alborotada ciudad. Colocamos nuestras sillas playeras cerca de la pantalla, que no era mas que la blanca pared de una de las salas de exposiciones, abrimos la cavita con pasapalos deliciosos, destapamos el buen vinito tinto, mientras esperabamos el inicio del film. Comenté con mis primas que esto era lo más cercano a sentirse en Central Park de Nueva York que había experimentado en Caracas. Relajada en mi silla Coleman, por ratos subía la vista al cielo despejado y aparecía una que otra estrella entre las ramas de una mata de mango llena de murcielagos, que a veces cruzaban la pantalla como una sombra negra voladora. La pelicula transmitió lo duro, triste y dificil de la vida de la banlieu o afueras de Paris, donde para llegar, los personajes tienen que tomar un tren acompañados de un paisaje gris, repetitivo,  las vias ferreas tragandose al ser humano. La pelicula contempla una bella relación entre un padre viudo y una hija adolescente que vive con él, pero  el ambiente que los rodea es monocromático, lúgubre, hasta fastidioso, sin mucho espacio para la diversión y la risa. Los personajes secundarios son figuras que reflejan la soledad de vivir allí. Vecinos, amigos, pero cada uno con su vida rutinaria, un ir y venir de sus aburridos trabajos y sin mucho porvenir. Cuando finalizó el film, me sentí muy afortunada de vivir en el trópico, y aunque Caracas tiene mil deficiencias y problemas, la influencia del sol, quizás, hace que la gente sea más feliz.

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